viernes, mayo 05, 2006

Una Espera Angustiante...Una Noche Y Un Final*

viernes, mayo 05, 2006 0

"A las 9 en punto paso por tí" me dijiste con tu tono calmado y tierno de todas las mañanas y tomaste tus cosas y te marchaste rápido, me daba la impresión que algo no estaba bien, el beso en la frente me hizo derramar una lágrima, pero tú no la viste, no fue importante para ti.


Pasé el día con la inseguridad y sospecha de que algo andaba maL, te llamé un par de veces pero tu teléfono marcaba ocupado, llegué a pensar que lo habías descolgado. Marqué a tu celular, pero lo habías olvidado junto a mis pantys rotas y el corsé desteñido q ue arrojé mientras me besabas.

Estaba desarreglada, me miré al espejo y noté las marcas que había en mi rostro, producto de una noche en la que se nos olvidó el tiempo y el espacio. En mi mente resonaban con fuerza cada palabra pronunciada, cada gemido emitido, cada rasguño provocado; pero algo me incomodaba, algo me inquietaba, esto no estaba bien, quizás te diste cuenta de eso.

La hora pasaba así que decidí ducharme, perfumarme, tomé mi mejor ropa interior, planché nuevamente el vestido y elegí minuciosamente los zapatos. Sin embargo, algo había. Esa noche era especial para ti. Y no era normal que te vieran conmigo, sería una pareja peculiar. Las dos llevaríamos vestido.

El reloj marcaba las 8 en punto. Me preparé un café. La receta perfecta que me ayuda a equilibrar mis sentidos, ese equilibrio entre lo amargo y lo dulce, era como si cada sabor pasara por separado en mi garganta. Cogí una rosa, pretendiendo dártela cuando te viera a las 9 en punto en la puerta de mi casa.

Ya eran las 8: 30, el nerviosismo aumentaba en mí. El temblor de mis manos al tomar la taza de café se hacía a cada instante más fuerte, el silencio profundo que sólo me dejaba escuchar el sonido del reloj apretaba fuertemente mi corazón. Recordé que tiempo atrás me habías escrito una carta en la que me decías que pese al miedo siempre estarías conmigo, en la que me recalcabas que el amor mutuo era mucho más grande que cualquier prejuicio, o cualquier opinión acerca de lo que es éticamente correcto.

8:45. Me percaté que aún apretaba con fuerza la rosa en mi mano. La dejé a un costado. Quería que aquel detalle te gustara, recuerdo que una vez me dijiste --cuando recién nos habíamos conocido-- que tu sueño era que te regalaran un ramo de rosas negras. En realidad, esta rosa no era negra ni mucho menos era un ramo, pero quería que comprendieras que mi único deseo era hacerte feliz. A través de una rosa quería que sintieras el amor incontrolable que siento por ti, ese amor que no me deja dormir y que a cada minuto revoluciona mi interior.

Ya te has atrasado 5 minutos, pero calma, no te has caracterizado por ser puntual.

tic-tac...tic-tac...tic-tac...


Ya llevas 20 minutos de retraso, mis pies me duelen con la presión de mis zapatos. Decidí sentarme un momento en los cojines desordenados que a ti tanto te gustan, dices que el orden no va contigo y amas los cojines tirados en el suelo.

Sigo recordando la carta, cada palabra plasmada en aquel papel acelera mi corazón. Curioso, siempre mantengo la carta debajo del teclado de mi computador, el cual está tmb en el living de mi casa, así que el trabajo para buscarla y releerla no se hizo agotador, sólo debía caminar un par de pasos para poder alcanzarla.

Tu imagen está puesta en el escritorio de mi pantalla y al costado del monitor mantengo nuestra fotografía.

tic-tac...tic-tac...tic-tac...

9:40. Algo debe suceder, me saqué mis zapatos y dejé de leer la carta.

Es cierto que una angustia invadió mi cuerpo. ¿Qué te puede haber sucedido? Pensé lo peor.

Volví a la escalera, amaba sentarme en la escalera y solía esperar que el tiempo transcurriera sentada ahí. Cogí nuevamente la rosa que te regalaría y la acerqué a mi boca. Tal vez tenía la idea idiota de que con esa acción sentirías el temor que estaba congelándome, pensé ingenuamente que estarías pensando en mi.

Mi cuerpo temblaba, quise llorar. Mi único refugio era aquella rosa, aquella carta, aquella fotografía, aquellos cojines desparramados en el suelo. Todo lo que me rodeaba estaba impregnado de ti.

tic-tac... tic-tac... tic-tac...

10:15. Continúo apretando la rosa, cierro los ojos. Te veo rozando mi rostro y sonriéndome, dices que esté tranquila, que jamás me abandonarás.

Escucho el ruido de los autos, ninguno se detiene frente a mi casa.

No puedo, no puedo estar tranquila. Tu fiesta ya debe haber comenzado. ¿Es que realmente nuestra relación era anormal? ¿Es que realmente tu valentía frente a los demás no era tan fuerte como me lo habías hecho pensar?

10:40. Dejé caer la rosa. La observo. Los zapatos ya están tirados entre los cojines. Se me cae una lágrima, el maquillaje se corre. El brillo en mis labios ya ha desaparecido. Siento mi boca seca, siento un frío en mi garganta, una punzada en el corazón, un vacío en mi estómago, un temblor en mis piernas. Mis manos están frías, pareciera que incluso se ha perdido el brillo del pelo que me lo había dado la crema que compré especialmente para que ya no me reclamaras que no me preocupaba de mí.

Miré minuciosamente mi hogar. ¿Dónde estarás? Ven aquí por favor. El silencio aumenta, ya produce dolor. El reloj, el maldito reloj, me avisa que ya son las 11 de la noche. 2 horas de retraso. Y es que ya no se podía llamar retraso.

Me di vueltas por la casa, subí a mi pieza, no había ordenado el desorden producido la noche anterior. Me gustaba sentir tu aroma impregnado en mis sábanas, me gustaba ver la ropa tirada producto de una pasión desenfrenada en la que no nos preocupábamos de cómo quedarían las cosas después.

¿Orden? ¿A quién le importa eso cuando el amor quiere manifestarse a través de la locura de dos cuerpos?

Bajé al baño. Ahí también había un reloj. Creo que el tiempo que estuve en mi cuarto fue considerable. Ya eran las 11:43 de la noche y ni rastros de ti.

11:55. Suena el teléfono. Mi corazón saltó. Sabía qué significaba ese llamado, no te había sucedido nada grave, simplemente había llegado el final.

No pronuncié palabra alguna, sólo tome el auricular y lo dejé en mi oído.

Tu voz entrecortada me avisó que lo que temía era cierto. Cuatro palabras nada más y nuestra historia finalizó: “perdóname, jamás te olvidaré”. No tuve fuerzas para responder, ni tampoco me diste el tiempo para hacerlo. Dejé el teléfono descolgado, me tiré nuevamente en los cojines desparramados. La rosa permanecía en mi mano, la arrojé al suelo. Unas velas que adornaban la mesita del teléfono fueron las víctimas de mi dolor. La carta me gritaba que las palabras habían sido sólo una triste ilusión.

Mi cuerpo estaba adormecido.

tic-tac... tic-tac... tic-tac...

12:35. La hora seguía avanzando y las lágrimas no dejaban de aumentar. Una historia que se quiso imponer ante los ojos de los demás, una ilusión que me hizo soñar, una aventura para ti, una vida entera para mí.

Desde el suelo observé el computador, ahí seguía tu imagen, ahí seguía la fotografía de nosotras dos.

Fue una espera angustiante, cada minuto que pasaba me recordaba que te estaba perdiendo, fue una noche como tantas otras noches en la que tuve miedo de perderte, fue una noche... Y fue un final.

 
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