jueves, junio 19, 2008

Tres días, doscientos, trescientos

jueves, junio 19, 2008

No conocían el amor, el olvido, el odio, el dolor y la felicidad.

Pasaron los años sin cantar dormidos, sin llorar sonriendo.

Se encontraron en plena luz del día con la luna alumbrándolos.

Se encontraron en medio de la nada mientras el silencio se rompía con la respiración agitada.

Se encontraron simplemente con una estrella en la mano y un reflejo en los labios.

No percibieron futuros ni desconsuelos.

El mundo —pensaron— se había detenido, el mundo —creyeron— los quiso ayudar.

Todo estaba errado, equívoco, fuera de lugar.

Todo y nada se unieron en pedazos. Un todo lleno de rencores, un nada vacío de amor.

Stop.

La historia se ha apresurado. Hubo momentos felices, hubo un todo de amor y nada de odio.

Doscientos setenta días y más, esos gustaron. Quizás los últimos quince abrieron las puertas al trabajo angustiantes de los ojos vidriosos y esas gotas tremendas que queman la piel, cayeron por siete días seguidos.

Resumamos: en doscientos setenta y más, menos los siete y los quince, todos se resumen en tres:

Día uno. El encantamiento pleno, las sonrisas sobreabundantes, la ternura y también (¿por qué no?) cada tres horas una discusión, pero que terminaba en abrazos asfixiantes y susurros de te amos en el oído… Allí, donde todo se olvida.

Día dos: los problemas son cada treinta minutos, pero el oído sigue allí, escuchando los perdones y te amos, las promesas y los recuerdos. Un todo confuso, un todo lleno de emociones y un nada de cumplimientos… Sin embargo, el día dos los ha llevado a sentirse más cerca, aún más cerca, tanto que pueden conocer hasta el más mínimo detalle. Tanto que son uno, por sobre todo y nada.

Día tres: el nada de cumplimientos sobrepasó al todo de emociones. El “uno” se ha ido perdiendo y vuelven a los orígenes de sí mismos, preguntándose si los dos días eran suficientes. Ya anochece en el día tres… El aire está muy frío y golpea los rostros pálidos y preocupados.

Las manos tiemblan y sin importar el frío, sudan con temor, anunciando la muerte inevitable del día tres, que con su noche sin estrellas, les gritó implacablemente: “¡dos días eran suficientes!”.

Tiemblan y tiemblan en las oscuras calles solitarias, solamente son ellos y un todo de frío y un nada de cielo.

Un sonido a lo lejos, alguien se irá. Se toman las manos sin decir palabra, se miran con el dolor punzante de lo que acaba, del miedo a extrañarse o arrepentirse; de los doscientos setenta días y más que ahora no logran ver la luna… Y se preguntan de reojo, “¿cómo pudimos ser alumbrados con luz de luna a pleno sol? ¿Por qué lo hemos olvidado?”… Pero el día tres quiere terminar y el frío aumenta; el temblor enmudece y sus labios se sellan; el sonido a lo lejos ahora ensordece… Y la despedida, la cruel despedida, en una frente que no espera esperanzas, unos labios secos que anhelan perdón.

Es un adiós entrecortado, con palabras que no quieren ser escuchadas, con los ojos rojos, con un todo de tristeza y un nada de ilusión.

La calle está solitaria y ahora camina solo uno de ellos, uno siendo simplemente uno, buscando respuestas que ni en mil días llegarán.

Los doscientos setenta días y más se han acabado, pero este es el comienzo de lo que en trescientos días más olvidarán.

Y conocieron el amor, el odio, el dolor y la felicidad, pero seguían negándose a conocer el olvido.

Cantaron dormidos, lloraron sonriendo, navegaron en mares de plástico, volaron en cielos de fuego.

Era un todo para ellos y un nada no descubierto.

Ahora no hay todo, no hay nada. Hay dos caminos desunidos imposibles de reencontrarse.

Imposible de sentir el cálido frío.

Creo que se ha perdido el ritmo, la redacción está destinada a sucumbir. Hemos fenecido.

Tres días y más que ojalá conozcan el olvido.

Y gritarán, en algún momento, que ese no era el tiempo correcto, que había desenfoque, que no estuvo bien.

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