miércoles, mayo 20, 2009

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miércoles, mayo 20, 2009
No se predice, no se percibe, no se anticipa, no se prevé. Es así, simplemente, un cauce que fluye, que se deja fluir, que no se entorpece.
Una música a lo lejos, que el paso del tiempo la agudiza. Entra en tus oídos, recorre tu cuerpo y adormece cada rincón. Su ritmo, su melodía, su significado. El propio.
Un silencio que no perturba y unas palabras que no sobran, la luz tenue, apenas los rostros se vislumbran, pero los ojos brillan, se ven… y hablan.
La piel no se roza, la distancia se mantiene. La música sigue subiendo y los ojos siguen hablando, las palabras que existen y las que se callan, las que se escuchan y las que se saben oír. Un todo. Un no-pensar. Un dejar fluir. Y el ambiente es tranquilo y cálido, el aire se transporta de un uno al otro sin emborracharlos, sólo los adormece, los recubre, acaricia y deja. Y la música sigue.
El humo provoca la sensación de complicidad, los vasos permiten las confidencias; las risas provocan el entendimiento… Los ojos hablan otro idioma.

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